El azar nos juntó en marea,
la marea nos bañó en jadeos,
los jadeos trepidaban las olas que arrastraron
a más forasteros que se unieron de inmediato,
formando en el hervidero de la eslabonada caricia
azucarada, la jalea que fue comida
en soperas cucharadas, y alabada en
premiadas retribuciones en el placer de los
sensores que elevan.
Fiesta de dioses que llegaron en atiborradas
escalas, con el traqueteo de las caras que
admiraron las vistas en sus primeras visitas
al harén de aguas e infusiones eyaculadas.
Traseros tramoyistas en tragasables atuendos
que invitan a un toqueteo de perdurable vaivén,
con el tónico de un confeso carrusel en
fragancia persa de coqueteo
en jarcha rimbombante.
Tonel de conserva, porque todos preservan
la historia de sus agites, de las glorias
en viro de ojos, del bello
erguido en hinojos al cielo.
Camisetas y camisones vueltos cenizas,
quedando para los que se acuestan
una revista de sus modelos del pasado
y sus revuelos.
Derrapado el solapado aire derrocador,
los brazos con puntos de grosor por fuerza
de dilección al continuo lamer de lo que se
sostiene, han quedado tumbados en el
agotamiento, pero vencedores
por su rendimiento.
Fortuna en ablución que barre la impureza
con la locomoción del apoyo para los viajes,
arribajes y arreos con los dedos en redondeo
redactor de un tatuaje firme que gimotea.
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