Tus ojos
en espejos de lunas
atraviesan el crepúsculo,
bañado en oro infinito.
El poder del amor
se hace una profecía en tus labios,
en la ebriedad sempiterna
de mi cuerpo
por el roce silente de tus manos.
Mirando
los palomares nace la libertad
de tus besos,
la línea diáfana de la soledad,
aquella noche
que vistió de aventuras
nuestras pieles;
el goce intenso de sentir
en nuestros vientres,
el destino calcado en tréboles
bajo una lluvia sánscrita.
Me arden las venas,
al mirarte sentada en la lejanía,
abrazando una lágrima.
En el arrogante tedio
de la vida te descubro,
esculpiendo versos
con tu angelical ternura,
entonces mengua mi alegría
al no poder tocar el velo femenil
de tus ansias,
romper las cuerdas del mundo,
llegar a ti en trinar de fuego
que nos calcine
en la tempestad de las entrañas.
Yo firme en tu pecho,
tú tenaz en mi epicentro,
yo sedienta,
tú en cántaro
abriendo mi universo.
En surcos de lila
tu espalda se convierte
mis dientes como teclas de mármol
arrancan tus quejidos dormidos.
Tu cuerpo
cual Santo Grial
contrasta con el pecado de su misterio,
la búsqueda templaría
de esta odalisca por devorar
la razón de su cabalgata,
desplomarse a los pies
de tu voluptuoso umbral,
estallando una sonata
de pájaros hebreos
al rayar el día, sobre tu frente antigua.
La algarabía de tu vientre,
inspira un cuarteto,
una rima,
un Makovski,
una Traviata,
una borrasca de demencia febril.
Soy sombra
pasajera en tu risa,
una promesa sin quimera,
solo amarte con mi espíritu salvaje
hasta la noche que las estrellas
desprendan de su manto,
los jarros dormidos.
Yaneth Hernández
Venezuela
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Abrazo fuerte
Carlos
Un fuerte abrazo, Maria Mercedes